Se sabe que el ser humano es capaz de distinguir unos 20.000 olores diferentes y que el sentido del olfato se activa cuando los olores alcanzan los receptores olfativos de la cavidad nasal a través de dos vías: la inhalación por las fosas nasales y atravesando la zona interna de la boca, al masticar y tragar. Pero en su vida intrauterina el feto no aspira aire; entonces, ¿no puede oler?
Capta moléculas olorosas. Durante el embarazo, el niño cuenta con unos órganos específicos, denominado vomeronasales (un par de pequeñas cavidades a ambos lados del tabique nasal), que le permiten captar las moléculas olorosas a través del líquido amniótico (se sabe que el bebé distingue entre 120 olores uterinos). Estos órganos desaparecen al nacer (en la mayoría de los mamíferos, estos órganos permanecen durante toda su vida y tienen un papel importante en la captación de los estímulos sexuales), pero son los encargados de que el niño reconozca la leche de su madre, entre muchas cosas, nada más nacer.
Una nariz que crece y crece. En la octava semana de gestación su pequeña nariz ya está diferenciada externamente. De forma paralela, las fosas nasales avanzan hacia el interior hasta que un epitelio olfativo muy especializado se conecta, mediante neuronas bipolares, al lóbulo olfativo del cerebro. Así, a las doce semanas, su nariz está preparada para olfatear, aunque no se sabe cuándo comienza a ejercitar esta capacidad.
En íntima relación con la boca. El gusto y el olfato se desarrollan paralelamente; de hecho, lo que denominamos gusto es en realidad el sabor que resulta de la interacción de los sentidos del gusto y del olfato. El feto puede saborear, por lo que también puede oler en e! interior de la madre. Ambos sentidos juegan un papel muy importante de cara a su vida tras el nacimiento, pues la sensorialidad gustativa y, sobre todo, olfativa constituye uno de los aspectos fundamentales de la relación madre-hijo durante el embarazo, y permite al recién nacido reconstituir mucho más fácilmente su entorno sensorial afectivo, ya que puede reconocer el olor de la piel de su madre y el sabor de su leche. De ahí el interés del contacto “piel con piel” desde los primeros minutos de vida extrauterina.